Y te vi aquella noche
sentada en un escalón
en la hermosa iglesia…
La gente como un borrón
a tu lado pasaba
y no te veía
¡Y eso que harapos vestías!
De vez en cuando
tu mano extendías,
pocos una moneda
en ella ponían!
A las nueve, mujeres buenas,
te llevaban una vianda,
que por verte, se conmovían.
Y por ti escribo ¡doña Carla!
Este dolor que en mi garganta
se endurece y agiganta.
Dolor de noches y hastíos,
dolor y desesperanza,
dolor que te ha vencido…
Pero ¡cuántas doña Carla
habrá en iglesias varias…
Sin un hijo, sin esperanza
solo esperando a Dios
rezando en humilde alabanza
refugio de pobres el cielo, te alcanza
¡doña Carla!...¡ doña Carla!...
ANAMARÍA BLASETTI
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